3)Mehldau
Empezó la canción, esa tan triste que siempre la hacía llorar, esa que siempre escucharon juntos en la casa de ambos, bajo la luz tenue de la lámpara y con la que ella tantas veces le escribió palabras de amor. Aquella canción sonaba no sólo en sus oídos sino en su corazón y ahora con toda la energía que traen los recuerdos que uno lleva tiempo intentando no visitar, venía a vestirla de ese luto inadmisible que provocan los amores que no se han terminado de matar. La canción y su mensaje, se apropiaron de sus ojos y los llenaron de infinitas lágrimas que pugnaban por una salida triunfal sin reparar en el momento, ni el lugar, y que resbalaron velozmente por su cara ante la mirada atónita de un repentino público.
Se escurrieron por su cara, continuaron por su pecho, bajaron por su torso y la bañaron a ella, y a sus sorprendidos observadores, regaron los árboles de la zona y aumentaron el caudal de los ríos cercanos. La lluvia se fue a regar otros lugares e incluso se tomó unas vacaciones y todo lo que creció a partir de aquellas lágrimas cubrió el firmamento de verde esperanza.
Pero eso ocurrió más tarde, mientras la canción interminable aún sonaba, llegó él. Aunque había sido la misma canción para los dos, él ya no la recordaba, como tampoco se acordaba de la luz tenue, ni de las caricias, ni de las palabras que ella le escribió. A ella sí la recordaba, y saber que tenía poder para causar dolor a alguien que lo amaba, embriagaba de satisfacción a su orgullo. Buscó en los ojos de ella alguna consecuencia de su proximidad, algún brillo acuoso que le garantizase aquel poder de años, pero había llegado demasiado tarde. Caminaba, sin saberlo, encima de las últimas lágrimas que a ella le quedaban.
sábado, 14 de noviembre de 2009
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